La Princesa del Ocaso

 Cuenta una antigua historia, que un viejo campesino, cansado de la soledad en la que vivía, salió de su casa una mañana de frío otoño en busca de su amada. Partió sin abrigo y sin cayado y puso rumbo al norte helado. El deseo de encontrarla le dio el calor y las fuerzas necesarias, y así anduvo días y noches sin descanso, anhelando poder tocar con sus manos el rostro de su tan bella amada. Pero el duro invierno se echó encima y las nieves cubrieron los campos perdiendo al campesino, olvidando los caminos, agotando los sentidos. Débil, cansado y abatido, cayó a pies de un gran abeto postrando ante él su pesar y su fracaso. Dejóse caer una lágrima, cálida, salada, que al posarse en la nieve la derritió llegando hasta el verde campo que dormía bajo el manto helado y de allí mismo surgió, esbelta, pura, clara, bella. Su amada estaba frente a él, mirándolo conmovida, admirando su valentía convertida ahora en lamento. Los ojos del campesino cobraron vida de nuevo, brillaron como nunca y su rostro se iluminó como no lo había hecho antes, pues en aquél momento sabía que había tenido éxito y que al fin descansaría, había encontrado a su bella amada.

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