Entre dos mundos

Respiro hondo. Pienso. Es demasiado pronto. Reniego. Blasfemo. Desisto. Mi cuerpo dice que ya ha llegado la hora. No puedo luchar contra él. Todos mis esfuerzos serán en vano. En el fondo sé que está en lo cierto pero me cuesta admitirlo. Me sublevo. Insisto. Peleo. Aguanto. Discuto. Flaqueo. Retrocedo. Lo asumo. Es inútil resistirse cuando sabes que el fin está tan cerca. Sé que esta batalla no la podré ganar. Me rindo. Me dejo llevar. Paciente. Tranquilo. Resignado.
Observo como la oscuridad comienza a invadir mi cuarto. La noche avanza danzando al ritmo de un desdibujado vals envolviendo todo lo que me rodea. Todo lo que alcanzo a ver. Todo se oscurece, hasta mis pensamientos, que ya son los últimos.
Mi respiración se hace cada vez más lenta y mi latir parece querer acompañar a esa danza sin compás que penetra en mis entrañas nublando mis sentidos y dejándome solo, más solo, si cabe, de lo que estaba al despertar.
Me pesan los párpados. Si los dejo caer sé que será el fin. He dejado de sentir mi cuerpo. Tan sólo mi mente permanece en este lado del mundo. Aunque dentro de poco también lo abandonará. Vuelvo a respirar hondo y hago un último esfuerzo por mantenerme despierto. Repaso todas las cosas que he estado haciendo como si de una película se tratase. Sin darme cuenta he cerrado los ojos. Ni siquiera intento volver a abrirlos. Sigo con mi repaso. Entonces me percato de que hay muchas cosas que quería haber hecho y no pude. No tuve tiempo. Nunca hay demasiado tiempo.
Con este pensamiento me abandono. Mañana será otro día. Con más tiempo. Con más cosas que hacer. Con más ganas. Hoy ya me lleva en brazos Morfeo a su mundo de los sueños.
Espero que mañana salga el sol…

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