Sin Epitafios


Llevo ya tres días muerto. Mi cuerpo yace en la cama, frío, sin vida. Aquella mañana sencillamente no desperté. No hubo dolor, sólo el gélido sueño eterno y la triste sensación de haber abandonado este mundo antes de tiempo. Me fui sin hacer ruido, solo, sin amargas despedidas. Tal vez ese era mi destino, vivir solo, morir solo. Quizás era mejor así. No dejo nada tras de mí. No hay lágrimas en mi honor. Nadie sabe nada a pesar de llevar ya tres días muerto. Ha sonado el teléfono un par de veces sin demasiada insistencia. Algunos mensajes en el móvil. Nadie llamó a la puerta. Me pregunto cuánto tiempo estaré ahí dormido. Cuánto tiempo deberá pasar hasta que alguien note mi ausencia. Puede que ya llevara ausente varias semanas. Nadie me extrañará. Mi cama será mi féretro, mi casa mi sepulcro. No habrá flores en la entrada. Nada que reprochar. Yo elegí esa vida hace tiempo. No puedo quejarme ahora. Tampoco hubiera sabido que decir. Un simple adiós. Una frase para el recuerdo. Nada de eso importa ya. Me he ido de esta vida hace tres días y el mundo sigue girando como siempre. No hay marcha fúnebre ni oraciones por mi alma. No hay velatorio ni silencios rotos. Sólo un largo sueño sin motivos para despertar. Era un final esperado o puede que deseado. Un final después de todo y sólo eso, mi final. Mi condena en vida es ahora mi eterna compañera. No hay llantos contenidos. No hay abrazos ni consuelos. No hay vida en mi cuerpo desde hace tres días. Tres días y tan sólo una noche…

Un paseo por las Hurdes

Trabajos y labores de toda una vida forjan ancianos derrotando a mozos de otros tiempos, sentándoles a esperar en calma el ocaso de los días. Las miradas que contemplaron reyes cabalgando por sus tierras, disfrazando su vergüenza de esperanza, vierten hoy lágrimas sordas regando labradas mejillas que ven pasar inviernos por sus pueblos rotos, varados en el silencio, inaccesibles, olvidados, ignorados. En medio de verdes paraísos, lejos de la mano del porvenir, un sentimiento vence con orgullo la desidia de los dioses y oculta rencores de deudas pasadas que jamás se saldaron. Por sus caminos danza triste hasta la muerte al ver la valentía de estos hombres y mujeres que amaron sin razón a una tierra hostil, la misma tierra que ahora les llama, su tierra, su vida, su alma…

Entre dos mundos

Respiro hondo. Pienso. Es demasiado pronto. Reniego. Blasfemo. Desisto. Mi cuerpo dice que ya ha llegado la hora. No puedo luchar contra él. Todos mis esfuerzos serán en vano. En el fondo sé que está en lo cierto pero me cuesta admitirlo. Me sublevo. Insisto. Peleo. Aguanto. Discuto. Flaqueo. Retrocedo. Lo asumo. Es inútil resistirse cuando sabes que el fin está tan cerca. Sé que esta batalla no la podré ganar. Me rindo. Me dejo llevar. Paciente. Tranquilo. Resignado.
Observo como la oscuridad comienza a invadir mi cuarto. La noche avanza danzando al ritmo de un desdibujado vals envolviendo todo lo que me rodea. Todo lo que alcanzo a ver. Todo se oscurece, hasta mis pensamientos, que ya son los últimos.
Mi respiración se hace cada vez más lenta y mi latir parece querer acompañar a esa danza sin compás que penetra en mis entrañas nublando mis sentidos y dejándome solo, más solo, si cabe, de lo que estaba al despertar.
Me pesan los párpados. Si los dejo caer sé que será el fin. He dejado de sentir mi cuerpo. Tan sólo mi mente permanece en este lado del mundo. Aunque dentro de poco también lo abandonará. Vuelvo a respirar hondo y hago un último esfuerzo por mantenerme despierto. Repaso todas las cosas que he estado haciendo como si de una película se tratase. Sin darme cuenta he cerrado los ojos. Ni siquiera intento volver a abrirlos. Sigo con mi repaso. Entonces me percato de que hay muchas cosas que quería haber hecho y no pude. No tuve tiempo. Nunca hay demasiado tiempo.
Con este pensamiento me abandono. Mañana será otro día. Con más tiempo. Con más cosas que hacer. Con más ganas. Hoy ya me lleva en brazos Morfeo a su mundo de los sueños.
Espero que mañana salga el sol…

Reflejos

Salir de la cama, dirigirse al espejo y enfrentarse con uno mismo. Solos tú y tú. Cada mañana el mismo duelo. Dos desconocidos compartiendo una misma vida. Diestra contra siniestra. Maestría, destreza, astucia. Todo un reto. Sin duda alguna sólo uno de los dos saldrá vencedor. Decidir hacia qué lado se inclinará la balanza no depende de ti. Pero tampoco es la suerte o el azar quien lo elige. El destino ya escribió este guión hace tiempo, demasiado para recordarlo, poco tiempo para ser olvidado. No es cruel, no es injusto, es quizás otra palabra que aún no hemos inventado.

Mientras tanto, en cualquier otro lugar del mundo, como cada mañana, te enfrentas a tu reflejo sin darle importancia, sin pensar en nada más, sin batirte en duelo con él. Tú sí conoces a tu adversario y sabes que saldrás victorioso. No es cruel ni es injusto que tus renglones no se torcieran cuando fueron escritos.

Esencia

 En las profundidades de mi alma hay un lugar oscuro, recóndito y casi inaccesible donde se oculta la esencia misma de mi ser. Durante años fue cayendo en el olvido y cubriéndose de engaños, decepciones, fracasos y banalidades hasta llegar incluso a dudar de su propia existencia. Es difícil luchar contra el peso de las emociones, experiencias o relaciones que inevitablemente me han acompañado a lo largo de los años. Esa manzana que todos queremos morder sin pensar en las consecuencias. Esa serpiente que soy yo mismo en una dualidad de pensamientos, cegado por querer tener una vida que no es la mía, que no me pertenece, que no quiero vivir, pero ignorar lo que ahora soy y buscar ese lugar donde yo soy solamente yo, implica un riesgo que no sé si estoy dispuesto a correr pues me aterra la idea de entrar y no volver nunca a salir, ya que en las profundidades del alma se encuentra la esencia del ser que da significado completo a la vida. Esa esencia no es otra que la esencia misma de dios.